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Muchas organizaciones han transitado por  adquisiciones de start ups, asociaciones con emprendedores para la elaboración de proyectos, procesos en  incubadoras y aceleradoras, interminables horas de conferencias y sesiones de brainstorming;  pero a pesar de las inversiones y esfuerzos, algunos resultados no son los esperados, especialmente puertas adentro de la organización “donde todo sigue siendo como siempre”, y la aventura de innovar a veces termina siendo un fenómeno externo o un trasplante que el cuerpo organizacional finalmente rechaza o no logra sostener.

Ante este escenario, nuestra recomendación en primera instancia es comprender que la innovación sostenible solo es posible a partir de una cultura innovadora.

Son las personas las que innovan, es un tema colectivo que se relaciona con valores, modelos mentales, comportamientos y competencias para innovar. Y esto se aprende, se desarrolla y se optimiza.

En este contexto es fundamental la declaración y actitud de la alta dirección en cuanto a su convicción y compromiso de adoptar y velar por la innovación sostenible basada en la cultura como lineamiento estratégico para la diferenciación y competitividad de la organización.

La próxima instancia es… medirse. Sabemos que para gestionar hacia la mejora u optimización, necesitamos datos. Afortunadamente contamos con una herramienta de medición de cultura de innovación como InnoQuotient (https://goo.gl/cNWdSk), que permite conocer con precisión el grado de madurez de la cultura innovadora de la organización, identificando fortalezas y oportunidades de mejora para el trazado de un plan de acción concreto.

 Observarse, hacerse esta resonancia magnética es el primer paso para diagnosticar y a partir de allí actuar.

La innovación implica transformación y esto se logra haciendo, no solo diciendo.

 

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